miércoles, enero 03, 2007

Verdad dolorosa

CORIFEO: Edipo, ¿por qué se ha marchado a la carrera esta mujer, presa de cruel dolor? Estoy aterrorizado, no sea que acaso de este silencio haga saltar por los aires ecos de calamidades.

EDIPO: ¡Que haga saltar lo que quiera! Pero yo continuaré en mi deseo de conocer mi estirpe por humilde que sea […]

Intentemos por un momento olvidar las interpretaciones psicoanalíticas del mito de Edipo y hablemos de aquello que Sófocles, por boca de Edipo nos muestra. Porque el mito de Edipo nos habla a cerca de la verdad, de su búsqueda, del dolor que puede llegar a provocar y del pecado intolerable que supone renunciar a encontrarla.

La peste se cierne sobre Tebas y Edipo, como rey de la cuidad, tiene la misión de averiguar cuál es la causa de los males que se abaten sobre sus súbditos. Interroga, pide consejo, investiga, y la verdad, lentamente se va abriendo paso. Conocemos al mismo tiempo que Edipo los pormenores de la causa de ese castigo divino. Vamos asistiendo, primero temerosos, luego horrorizados, cómo la figura del culpable se va perfilando, lentamente, pero de forma inexorable. Edipo lo sabe, quizá lo presiente desde mucho antes, va reconociendo sus propios rasgos, difusos al comienzo, nítidos al final, en el único responsable de la plaga que asola la ciudad. A pesar de todo ello Edipo quiere conocer la verdad, cueste lo que cueste.

Contrasta la actitud de Edipo con la de Yocasta, su esposa, su madre. De la misma forma que Edipo, también ella va viendo como la horrenda verdad se va desvelando ante sus ojos. ¿Por qué no dejarlo si es tan horrible? ¿Por qué ese afán de llegar al conocimiento de una verdad que puede quemar?

YOCASTA: ¡Por los dioses! Si es que te importa algo, por poco que sea, tu propia vida no indagues eso. Bastante hay ya con que sufra yo.

Sí, bastante hay ya con que sufra yo, por qué aumentar el dolor, dejémoslo como está, no pensemos en ello y no nos atormentemos con la duda. Ante el cariz que van tomando los acontecimientos llega incluso a implorárselo.

YOCASTA: Pese a todo hazme caso, por favor. No te metas en esto.

EDIPO: No puedo hacerte caso, ¡eso no!, en no informarme claramente de eso.

Ambos lo saben. Saben qué fruto darán las investigaciones. A pesar de todo Edipo continúa, y no lo hace por encontrar un resquicio, por mínimo que sea, que acabe salvándolo, no, Edipo continúa porque la verdad debe ser desvelada, porque es inútil huir de la verdad. Como el Destino, la Verdad acaba por alcanzar a sus protagonistas por mucho que éstos se empeñen en huir.

Edipo acaba viendo, sólo, esa verdad que tanto temía y por la que tanto ha peleado. Acaba viendo el pecado del que siempre se ha sabido culpable. Yocasta, incapaz de afrontar la verdad, prefiere morir por su propia mano antes de que le alcance. Edipo ya lo ha visto todo: la magnitud de su pecado, el cadáver de Yocasta. No necesita ver más, con un prendedor se hiere en los ojos. La verdad, horrenda, desnuda y triunfante se yergue sobre todos; la peste abandona de Tebas, la culpa expiada. Edipo encontrará su particular redención en Colono, viejo y ciego, con la única compañía de su hija Antígona.

Y aquí estamos nosotros, pueblo sufriente de Tebas, agobiados por una peste infame. Hartos de Yocastas que jamás harán nada por saber la verdad, a pesar de que acabará con ellas, esperando a un Edipo que nunca llega. No importa, la Verdad, como el Destino, siempre acaba por alcanzar a sus protagonistas.

Valencia, tres de Enero de 2007. Esos breves momentos al mediodía, agradablemente cálidos, valen su precio en oro. Son las ventajas de vivir en el Mediterráneo, como Sófocles.

P.D. ¿Recuerdas Rubalcaba aquel trece de Marzo? Nescit vox missa reverti.