jueves, septiembre 28, 2006

Cui prodest?

Hablar de equivalencia moral, es uno de los aspectos de la sociedad europea que mayor pesar me causan, como europeo y como persona amante de la libertad. Es cierto que no es un fenómeno específicamente europeo, pero sí ha sido en Europa donde más se ha cultivado en las últimas décadas.
Asusta comprobar como en las sociedades democráticas europeas, se ha ido instalando una suerte de falta de claridad en los principios morales que nos desarma precisamente en el momento, tras el derrumbe del comunismo, de la mayor ofensiva que ha sufrido el mundo libre.

Pero, ¿qué entiendo por equivalencia moral? En una sociedad libre, el respeto por las opiniones del contrario y la aceptación de la diversidad de las mismas, es un rasgo característico, sin embargo, perder de vista el hiato que existe entre aquellas posiciones, por diversas que resulten, que consagran la libertad individual como principio básico, de las que la atacan, de manera más o menos encubierta, o simplemente la niegan; supone, como digo, poner en peligro los principios sobre los que se asienta libertad.
Existe equivalencia moral cuando se difumina ese hiato, cuando cualquier opinión tiene el mismo valor moral. Tener claridad moral, por el contrario, es reconocer que existen actitudes y posicionamientos que son del todo incompatibles con la libertad, y por tanto inaceptables.
La distinción parece clara, sin embargo, y desgraciadamente, no lo es para mucha gente.

Existe equivalencia moral cuando bajo el paraguas de la diversidad cultural disculpamos prácticas que atentan contra la libertad y los derechos individuales.

Existe equivalencia moral cuando borramos la distinción entre víctimas y verdugos, y los agrupamos a todos bajo la categoría de “víctimas del conflicto”.

Existe equivalencia moral cuando a actitudes intolerantes y a aquelarres de violencia verbal o física los llamamos “manifestaciones de la libertad de expresión”.

Existe equivalencia moral cuando igualamos la brutalidad terrorista más indiscriminada, con las acciones de fuerza que una democracia asediada está obligada a tomar para no desaparecer.

Existe equivalencia moral cuando en aras de la paz y la seguridad apoyamos a dictaduras repugnantes.

Seguir sería ocioso. Perder la claridad moral puede ser fácil, ante la duda preguntémonos: cui prodest?, ¿quién se beneficia con nuestra actitud? La respuesta a veces no es un plato de gusto.

CODA: Deutsche Oper de Berlín, ¿cui prodest?

martes, septiembre 26, 2006

"Decidle que muero con su nombre en mis labios"

Nicolai Ivanovich Yezhov, nació en 1895. Poco se sabe de su infancia salvo que no llegó a acabar la escuela elemental. Durante la guerra civil se unió al Partido Comunista y al Ejército Rojo. Fue allí donde encontró su elemento natural y su razón de ser, donde su mediocridad no resultaba un impedimento, al contrario. Hombre de partido, trabajador infatigable, ascendió rápidamente a través de la intrincada red de pleitesías que constituyen una organización totalitaria, siempre a la sombra del Gran Líder. En 1936, llegó el momento de premiar al fiel Nicolai Ivanovich. Era el hombre que Stalin precisaba, un homo sovieticus perfecto, vacío por dentro y con una impenetrable cáscara ideológica. Frente al NKVD y durante poco menos de dos años, ejecutó la etapa más brutal del terror stalinista, la Yezhovina.
Jamás le tembló el pulso, creyó sinceramente en la misión encomendada. Para él hacía tiempo que no existía más verdad que la del partido, más realidad que la que el partido mostraba, aprendió a renegar de la lógica y la verdad en aras del partido y la Revolución. Sin el partido Yezhov no era nada.
En 1938, terminado el trabajo, alguien tenía que comerse el marrón, había que atemperar un poco los excesos. El elegido fue el fiel Nicolai Ivanovich, era tan sólo una tuerca en el engranaje totalitario. Yezhov cayó en la misma red de acusaciones inverosímiles, torturas y muerte que él manejaba meses atrás, y a pesar de ello no dejó de creer en ella. Atribuyó su detención y defenestración a los mismos fantasmas contrarrevolucionarios que pretendía eliminar, y ni por un momento flaqueo su fe en Stalin y el partido. Fue incapaz de ver su posición de tonto útil, cómo podría haberlo hecho.
Poco antes de morir de un tiro en la nuca, declaró ante sus ejecutores: “Decidle a Stalin, que muero con su nombre el los labios”.

Yezhov era un hombre de partido.

Qué útiles son los hombres de partido, con que diligencia acometen lo que se les manda, qué entereza la suya para aguantar el tipo defendiendo lo indefendible, con que magnánima fidelidad hacen suyas las tropelías de sus superiores.

En las últimas semanas el PSOE se está viendo acosado en distintos frentes, una “tregua” con ETA que hace aguas, las cada vez más incriminatorias revelaciones sobre el 11-M, la evidencia explícita del fracaso de su política en inmigración…
Necesita con urgencia hombres de partido. Los encontrará. Eso es lo bueno de los hombres de partido, siempre aparecen.

domingo, septiembre 24, 2006

El Miedo

Entender la lógica de la tiranía, es en gran medida entender la lógica del miedo.

Miedo y libertad son conceptos antitéticos, de forma que su oposición se considera el rasgo que diferencia las sociedades libres de aquellas que no lo son. En los regímenes totalitarios o autoritarios, es el monopolio del miedo lo que configura la realidad social.
Pero, ¿a quién afecta el miedo?

Pensemos el la Rusia soviética o en el Irán de los ayatolas, ¿quiénes se ven constreñidos por el miedo? Ciertamente no el militante, a salvo de la influencia exterior merced a su blindaje ideológico. Tampoco afecta el miedo al disidente. Pese a su sufrimiento y aunque vea la muerte próxima, el disidente se siente a salvo del miedo, ha probado ya el sabor de la libertad y es eso precisamente lo que le proporciona la fuerza. Esta posición singular del disidente es ya un síntoma de la ruina del edificio totalitario, no sorprende pues el encarnizamiento con que han sido perseguidos en el paroxismo de los mismos (stalinismo, Revolución Cultural etc.).

A quién afecta el miedo entonces. El miedo afecta a ese segmento amplio de la población situado entre el militante y el disidente. Es ahí donde despliega su perversa lógica. Perversa, pues consigue paralizar y, sobre todo, configurar a la sociedad merced a las disposiciones del poder establecido. Pero lógica complicada en cualquier caso, ya que no afecta de manera homogénea a todos. Existe una amplia gama de grises, desde esa parálisis capaz de helar el alma, hasta una pequeña molestia que desaparece con sólo apartar la vista.

En su consumación el miedo se interioriza y consigue desligarse de su agente. Aparece en cada gesto, en cada mirada y ni si quiera en la soledad de una habitación consiente en abandonar a su presa. Sin embargo, mantener ese monopolio del miedo es costoso y exige una gran cantidad de recursos. A penas hace falta la conciencia de su inoperancia para hacerlo saltar por los aires. Lo pudimos ver todos, una noche de Noviembre en Berlín.

Estas reflexiones me llevan a preguntarme, en qué medida esta afección del miedo se reproduce de alguna forma en las sociedades democráticas. Evidentemente, no podemos hablar de miedo en el mismo sentido, pero observo con desazón un curioso paralelismo. Existe un patente sentimiento de temor, trufado de comodidad y corrección política que conduce a la abdicación de la responsabilidad que las amenazas de las sociedades libres exigen. Un sentimiento de abandono y derrota que nos deja inermes.

Miedo pues, a qué.

martes, septiembre 19, 2006

Comienzo

Empezar cuando todo se ha acabado.

Es momento de encontrar respuestas, no sé si soluciones.

Es momento de hacer frente a todo aquello que dejamos atrás, de enfrentarse con aquellos fantasmas que adoramos y que vuelven hoy más amenazantes.

19 de Septiembre, es un buen día para comenzar, tan bueno como cualquier otro.