lunes, abril 02, 2007

Caridad

Podría contarse quizá como una historia del París negro de entreguerras, aunque sus ramificaciones nos llevarían a Barcelona, Moscú y Méjico. O también como un relato de espionaje clásico, con agentes infiltrados, operaciones encubiertas y demás ingredientes del género. Pero la realidad suele ser más prosaica, y terrible, sobre todo si de lo que hablamos es del terror y de sus epígonos.

Se llamaba Caridad del Río Hernández. Nació en Santiago de Cuba, en el seno de una acomodada familia española. Tras la pérdida de Cuba, los del Río se trasladan a Barcelona donde se instalan gracias a los bienes de la familia conseguidos en ultramar. Caridad, recibe una esmerada educación en caros internados religiosos como hija de buena familia burguesa, Inglaterra, y posteriormente en Barcelona, época en la que Caridad tuvo fuertes arrebatos místicos, llegando a profesar como novicia durante breve tiempo. A los diecinueve años contrae matrimonio con el vástago de una respetable familia barcelonesa, Pablo Mercader. Cinco hijos nacieron del matrimonio entre Pablo y Caridad: Jorge, Ramón, Pablo, Luis y Montserrat. Pronto las cosas empiezan a torcerse, la vida como respetable esposa y madre aburre a Caridad, y busca distracciones en otros lugares. Lo cierto es que la devota vida de los Mercader esconde oscuras pasiones, su marido la llevaba a veces a conocidos burdeles para, digamos, ilustrarla en lo tocante a una sexualidad variada, o quizá con otros motivos más inconfesables, pero no es el sexo lo que realmente le interesa a Caridad, ella desea algo más acorde con sus pasiones religiosas de juventud, y busca en círculos bohemios aquello que no encuentra en la vida conyugal. Como muchos los de su clase, llegó al comunismo por puro placer estético, o misticismo reencontrado, que viene a ser lo mismo. Y aquí sí, en la nueva fe Caridad encontró su razón de ser. En 1925 decide romper con todo, abandona a Pablo Mercader y se traslada a Francia con sus cinco hijos, Toulouse y Burdeos al comienzo, y en 1928, París, superando alguna tentativa de suicidio y un fallido intento de reconciliación con Pablo. Por entonces Caridad es ya una ferviente militante comunista, adora a un nuevo Dios: la clase obrera –a la que jamás perteneció-, y como no podía ser otra forma adquiere el celo del converso.


Su entrega no pasa desapercibida a los agentes del GPU en París, que pronto la captan como agente soviética. Caridad tiene mucho que ofrecer, pero sobre todo tiene a sus hijos, a los que educará en la nueva fe, y ofrecerá como presente al nuevo profeta de la Revolución: Stalin. En París, Caridad recibe órdenes directas de la Komintern y del GPU, trabaja en asuntos relacionados fundamentalmente con Cuba y Méjico. No se separa de sus hijos, en especial de Montserrat y de sus dos vástagos varones más prometedores, Ramón y Luis, una auténtica familia comunista. Caridad en su nueva santidad se siente realizada.

Comienza la guerra civil en España, y Caridad cruza de nuevo la frontera, una nueva patria socialista es posible. Se convierte en uno de los miembros más activos del PSUC, y en uno de los peones más estimados de los hombres del NKVD (antes GPU) en Cataluña. Es el ensayo fallido de lo que posteriormente funcionaría a la perfección el las Repúblicas Populares europeas. Caridad es implacable, aprobó incluso el castigo de uno de sus hijos, Pablo, un castigo que le llevó a la muerte al trasladarlo a primera línea. ¿Qué hizo Caridad al conocer la noticia? ¿Llorar en silencio y decirse que la Revolución exige sacrificios? ¿O ni si quiera eso? Nadie le vio muestras de arrepentimiento, ni de flaqueza. Por esas fechas Caridad colabora estrechamente con Erno Gerö “Pedro”, el hombre de Moscú en Cataluña, gracias a él conoce a Leónid Eitingon, otro personaje influyente de los servicios de espionaje soviéticos en el exterior. Se convirtieron en amantes, al menos eso debemos suponer, el caso es que a partir de entonces Eitingon es el verdadero mentor de Caridad y de su hijo Ramón ante las autoridades soviéticas: “gente de fiar”, según consta en varios informes. El taciturno y obediente Ramón desaparece de España en el año 37, destino desconocido, hoy sabemos que estuvo en la URSS, preparándose para ser un buen agente de los servicios de espionaje. Ramón aprende rápido, su madre le ha enseñado bien, pensemos quizá en la actitud de arrobo de Caridad ante la prometedora carrera de su hijo.


Terminada la guerra Eitingon y Caridad viven entre Méjico y París, comienzan a trabajar en delicadas “misiones especiales”, básicamente la delación, y en algunos casos, liquidación de diplomáticos soviéticos sospechosos de pertenecer a círculos trotskistas, o simplemente sospechosos sin más, estamos en el momento álgido del terror stalinista. El grupo: Eitigon, Caridad y su hijo Ramón, es conocido por Moscú como el “Grupo Madre”. Ramón espera, pronto llegará su turno. Caridad está deslumbrada con Eitingon, o con lo que representa, la acción, los peligros, la “vanguardia en la lucha por el comunismo”: de nuevo la estética, la estética del terror, que encandila a una burguesa de familia bien de Barcelona. Eitingon le promete matrimonio, sin embargo tiene mujer e hijos en Moscú, Caridad acabó sabiéndolo, y no le importó, quizá porque lo que le unía a Eitingon no era amor, si no aquello que merced a él podía conseguir: ser protagonista de la Historia, convertirse en mártir de la Revolución. Tras el fallido atentado contra Trotsky, Beria y Sudoplátov, las máximas autoridades de la Seguridad Soviética, le confían la tarea a Eitingon y Ramón entra en escena. La historia del asesinato de Trotsky es conocida y daría para otro capítulo, quizá lo cuente, pero me gustaría acabar con la historia de Caridad.


Tras la muerte de Trotsky, Caridad recala en Moscú. Como agente ya ha dado todo lo que podía dar de si, ahora ya sólo es un nombre en unos archivos clasificados. Un piso en Moscú, una modesta pensión y un par de medallas, punto final, bienvenida a la patria socialista. Estaba acostumbrada a la buena “doble vida” de agente en el exterior, aquí todo es diferente, Caridad se consume. Consigue un trabajo subsidiario, espiar a diplomáticos búlgaros en Moscú, algunos viajes al exterior, poca cosa, como agente está quemada. Quiere marcharse, a Cuba, Méjico…, donde sea, pero las autoridades le dan largas, dilatan sus peticiones, responden con evasivas y buenos propósitos, de marcharse nada, y mucho menos a Méjico. En una conversación con un exiliado español en Moscú, Caridad comenta: “…Carecen de alma y de conciencia. Aniquilan tu voluntad, te obligan a matar y te hacen morir a continuación… Ahora ya no me necesitan… He hecho de Ramón un asesino, de mi pobre Luis un rehén y de mis otros hijos unas puras ruinas. ¿Y cuál es mi recompensa? ¡Cuatro porquerías!”. Sí, quien habla así es Caridad, la inflexible, la mártir. ¿Qué esperabas? Ahora se aburre en un piso moscovita, quizá le asalten fantasmas, no lo creo, y Caridad flaquea. Por fin consigue salir de Moscú en 1945, hacia Cuba, dejando a su hijo Luis como rehén, para que no hable y no se le ocurra ir a Méjico. Y qué casualidad, en Cuba Caridad reencuentra su fe, vuelve a ser la ferviente comunista que intentará conseguir la liberación de un héroe de la Unión Soviética, su hijo Ramón. ¿Qué fácil es ahora, verdad Caridad? Aquí, en el Caribe, qué fácil es volver a reconstruir los paraísos de siempre, lejos de la realidad, los paraísos que en su día se construyó una aburrida burguesita catalana. Tras la liberación de Ramón Mercader en 1960 es facturado directamente a la URSS, era una reliquia del periodo estalinista que a nadie interesaba. Caridad, que había vuelto a París, regresó a Moscú para reencontrarse con Ramón y Luis. Una vieja enjuta y seria, volvió a ver a sus hijos tras tanto tiempo, no les abrazó, les reconvino por su aspecto descuidado, volvía a ser la de siempre, quizá, tal vez una sombra de reproche o arrepentimiento pasó por su mente, pero también era tarde, muy tarde.


Caridad del Río Mercader, o el terror como opción estética. No es la única.


Valencia, Lunes dos de Abril. Buen tiempo, sol. Se acabaron las lluvias. Espléndidos días de primavera se anuncian en una Valencia, espero, desierta. No entiendo por qué se largan.


P.D. Un afable ¿ministro? De Exteriores llega a Cuba a visitar al coma-andante. Vista guiada por supuesto, no hay tiempo para más, ni voluntad tampoco.

1 comentario:

QRM dijo...

Una vida tirada al retrete. Cuanto daño por pura vanidad.
Magnífico relato de terror.