domingo, octubre 01, 2006

Volksgeist

¿Qué es una nación?
La pregunta puede parecer pretenciosa, pero tener un concepto claro y distinto de la nación, es a mi juicio uno de los antídotos contra una de las ideologías que más daño han hecho a la libertad: el nacionalismo.

¿Qué entiendo por nación? Políticamente hablando, y es el aspecto que me interesa, la nación es un concepto jurídico. La nación es el cuerpo de ciudadanos; es poder constituyente; es, en definitiva, el depositario de la soberanía. No estoy negando con ello las determinaciones históricas y culturales de la misma, simplemente hago notar que en política, la defensa de la nación es la defensa de aquel marco jurídico que nos constituye como ciudadanos, depositarios de derechos, deberes y libertades. En tanto que poder soberano, la nación es única e indivisible, no existen estados plurinacionales ni nación de naciones, existen naciones enfrentadas o coexistentes de forma más o menos pacífica, nada más.

Este concepto “moderno” de nación, que no es más que el introducido por Sieyès en su momento, se opone al concepto que el nacionalismo tiene de la misma.
Rastrear el origen del nacionalismo político es misión del especialista, pero es en la primera mitad del siglo XIX cuando este concepto se trasforma en algo muy distinto. La nación entendida como Volk, como “pueblo”, como ente mítico que se desarrolla en la historia, que preexiste en el tiempo y determina a sus participantes e instituciones políticas. La nación como proceso histórico que parte de un origen nebuloso y mítico y se despliega hasta alcanzar su cometido, impulsado por su espíritu nacional su Volksgeist.

Esta concepción mistificada e irracional de la nación, subyace de forma más o menos explícita en el nacionalismo, y no es difícil darse cuenta de que su lógica lleva de forma inevitable a sistemas liberticidas y totalitarios.
Al contrario que en la nación política en la que el individuo queda conformado y singularizado como ciudadano, en el Volk, se diluye en ese magma colectivo del que es imposible salir, que determina y condiciona.
La verdad y la realidad queda supeditada a los intereses históricos e irrenunciables del “pueblo”. Todo se particulariza, sólo existe “nuestra cultura”, “nuestra historia”. La nación se convierte en un compartimento estanco que se toma o se deja de golpe. La nación, así, sólo se justifica ante si misma, sólo rinde cuentas a la Historia.

Sucede, sin embargo, que mantener esta concepción mítica de la nación es difícil, la realidad es persistente y acaba filtrándose. Se hace necesaria la presencia del enemigo, del Otro, para mantener cohesionada a la tribu. Es merced al Otro como se reconstruye el mito: nada somos sino como contraposición de lo que nos rodea y nos amenaza. Diferenciarse y singularizarse como colectividad se torna un imperativo, no importa si esa diferenciación resulta artificiosa. Y no sólo eso, es el Otro lo que diluye a la nación, lo que impide la autorrealización como “pueblo”, lo que frustra todas las esperanzas históricas. Adquiere el Otro una doble función: nos convierte en víctimas de la Historia y actúa como chivo expiatorio.
La nación acaba siendo algo puramente sentimental, alejado de toda realidad, sostenido únicamente por la memoria y el relato mítico.

Hoy, defender a la Nación Española, es oponerse a todo esto, es defender nuestra condición de ciudadanos, de personas libres e independientes. Nos gusten o no los términos exactos de la constitución del 78, y a mí, republicano y con trazas de jacobino, no me gusta, significa defender la libertad. Hoy más que nunca.

Es en estos momentos cuando se ponen a prueba las almas de los hombres”
THOMAS PAINE

10 comentarios:

QRM dijo...

Para mí el problema aparece cuando se utiliza la mentira para justificar el mito, el rencor de los mediocres para buscar un enemigo y en definitiva, la demagogia para lesionar la libertad.
Es decir, el concepto de Nación hegeliano - Vokgeist, Zeitgeist- se puede acomodar a la nación liberal de nuestra Pepa. La nación liberal es la reunión de iguales que están obligados a proteger recíprocamente su libertad, para lo que crean el Estado. El enganche entre ambos conceptos es el porqué de esa obligación, que habría que buscar en la historia. Somo herederos de los sacrificios de los españoles pasados, que por la libertad de sus compatriotas, coetaneos y futuros, sufrieron penalidades que merecen un respeto.
Por esa relación afectiva y familiar entre los españoles es por lo que se puede exigir de todos que defiendan la libertad de los otros.
Esta relación afectiva de la nación entre sí y subordinada a la libertad se demuestra especialmente en España, donde en 1808-1812, con el estado quebrantado bajo la bota de Napoleón, fue la nación la que defendió su libertad. No es que antes no existiese la nación, sino que antes los mecanismos de defensa del estado funcionaron, mal que bien.
Por eso es especialmente grave la mentria nacionalista, catalana y vasca. No hubo históricamente mayores diferencias entre estas zonas y el resto de España. Ha sido la falsificación del mito, de la historia y de la cultura la que ha creado el problema, ya irresoluble, pues falsamente se ha roto la solidaridad afectiva entre los españoles- más en Cataluña, por cierto, y eso no tiene remedio, creo. Es decir, se ha generado una diferencia entre españoles que no existe, nio culturalmente siquiera, se ha creado un odio basado en motivos que no existen, y se ha creado una nación sobre el espíritu de un pueblo que no existe. Es una mentira que por motivos de ego personal de ciertas élites, corre el riesgo de retoñar. Y el retoño no puede ser sino un mostruo, con tales progenitores.

fermat dijo...

Difícil encaje tiene Hegel en la concepción liberal de la política, si es que hablamos de lo mismo. Buscar referentes sentimentales en la historia puede llevar peligrosamente a su sustitución por la memoria,que siempre es algo individual y selectivo. Personalmente puedeo encontrar referentes morales en la historia, pero basar la acción política en el hecho de sentirme o no heredero de los sufrimientos de los españoles pasados, me parece andar sobre terreno movedizo. No creo en teleologías ni en destinos manifiestos sean del tipo que sean, sentirse heredero de acontecimientos históricos es algo personal, atañe a los sentimientos, llevarlo al plano colectivo es peligroso políticamente hablando.
Defiendo la nación española porque creo en su unidad cultural e histórica, pero sobre todo, y de manera determinante, porque me garantiza mi condición de ciudadano y mi libertad política, algo concreto y positivo, si así no fuera, no se de que nación estaríamos hablando.
Por lo demás, y sobre todo en relación a los nacionalismos periféricos estamos totalmente de acuerdo.

Saludos.

QRM dijo...

Creo que no me he explicado bien, porque me parece que estamos completamente de acuerdo.
Yo también pongo el acento en la libertad de los españoles como objetivo y razón de ser de la Nación Española. Lo que quiero decir es que el vínculo nacional, por el que tenemos el deber de defender la libertad de nuestros compatriotas, y el derecho a que nuestra libertad sea también defendida por ellos, se circunscribe a cierto sector de la humanidad con el que tenemos algo en común, que es la historia de la que venimos, pero también muchas más cosas. Es decir, ¿Porqué no estamos dispuestos a que nuestra sangre y nuestra hacienda se destinen a salvaguardar la libertad de los gabachos, y sí de los españoles?
El vínculo nacional es afectivo y mucho más: jurídico, histórico... hasta biológico. Es como una relación de parentesco. Y si hablo de la historia no es para apuntarme lo logros de nuestros antepasados ni para sentirme heredero de sus culpas,o vengador de las ofensas que recibieron, sino para explicar mi propio ser. Soy heredero de una tradición, que he mamado como la leche materna, compuesta por historias, éxitos y fracasos colectivos, gustos colectivos , fobias colectivas. Con éstos que comparten esta esencia, aunque no lo sepan o no quieran, estoy vinculado y unido por un nexo indestructible por la voluntad de los hombres. Y es ahí donde yo creo que los nazionalistas han malinterpretado y simplificado parte del de por sí erróneo mensaje de Hegel: Para ser una nación no basta con quererlo. El espíritu del pueblo no es lo que piensan sus ciudadanos, ni la voluntad mayoritaria. Es algo inmanente a nosotros mismos y que nos viene dado por la ley y la historia, y que no podemos cambiar, como el color rojo de nuestra sangre. Como tampoco podemos cambiar el destino de ese vínculo: la libertad de sus miembros, pero no de los de fuera del círculo.

Como siempre, un placer charlar contigo, amigo.

fermat dijo...

Sí, básicamente estamos de acuerdo pero hay detalles que no veo claros, y no se, quizá sea debido a mi formación académica el que insista tanto en los aspectos formales y materiales. Evidentemente estoy de acuerdo contigo en lo que a herencia cultural se refiere, hablo una lengua y he bebido de una cultura determinada que hunde sus raíces en la tradición clásica y judeocristiana, es lo que me impulsa a defender la Nación Española y no la francesa o la noruega, pongamos por caso, pero no basta con revindicarse de una cultura determinada, defender la nación implica defender el marco ciudadano y la libertad, de no ser así no habría nación. En esto con algunos matices, estamos de acuerdo.

Hablar de espíritu nacional, sea en el sentido que le dan los nacionalistas, o en el que tú lo haces, me parece mistificar la política, fundarla en un concepto vago e impreciso que puede dar pie a diversas interpretaciones, algunas de ellas como bien apuntas, interesadas y peligrosas.

Hablas de destino, entiendo el destino como algo que se forja en el presente, algo inmanente si quieres, pero nunca como algo que viene impuesto desde fuera, como una necesidad histórica de cumplimiento inevitable. No somos ni víctimas de la historia ni herederos de un destino, somos lo que hacemos, y el fracaso o el éxito, depende de nosotros.

En cuanto a Hegel, me vas a perdonar, pero siento una irreprimible “fobia popperiana” con respecto a su pensamiento, siempre lo he encontrado intencionadamente oscuro, vago y gratuito en muchas de sus afirmaciones, a parte de ofrecer una veta totalitaria; filosofía oracular. Siempre he preferido la claridad anglosajona.

Un placer hablar contigo qrm, saludos y gracias por soportarme.

Anónimo dijo...

Hola.
Sólo un detalle por ahora.
¿Decir que nación es "Poder constituyente" y al tiempo decir que nación es concepto jurídico no es algo así como una "contradictio in terminis"?
Un saludo.

fermat dijo...

A ángel.

La acotación es pertinente, y la culpa quizá sea mía por no distinguir convenientemente entre nación constituyente, que efectivamente es previa al ordenamiento jurídico y es poder constituyente, y nación constituida que es el cuerpo de ciudadanos sujetos a derechos y deberes, es decir, un estado de derecho, es en ese sentido en el que hablaba de "concepto jurídico". Pero ambos conceptos son inseparables, aunque distinguibles.

De todas formas no soy experto en derecho constitucional, hablo en el terreno de las ideas, únicamente quería enfatizar el hecho de que el concepto de nación no es algo abstracto y mítico sino todo lo contrario.

Gracias por señalar el matiz.

QRM dijo...

Claro, angel, a eso me refería yo.La nación no puede ser a un tiempo orígen del derecho -poder constituyente- y resultado del mismo .
Lo que yo intento clarificar es porqué cierto vínculo entre personas puede dar lugar a un poder constituyente, que además es ajeno a la voluntad de los sujetos.
El " contrato social" de Rousseau es una memez soberana, como ya demostró Ortega y Gasset en " la Rebelion de las Masas" ; un contrato jamás puede ser fuente originaria y política de derecho. El derecho, para que el contrato vincule, ha de ser previo. El "pacta sunt servanda", principio general del derecho y como tal, fuente del derecho, ha de ser previamente aceptado y establecido. Si no, el contrato no significa nada.

Una vez deshechada la teoría de nuestro odiado Juan Jacobo - Fermat, a tus post anteriores me remito- la única teoría que intenta explicar este asunto es precisamente la platónica-idealista de los alemanes del s.XIX. Y bien que me fastidia, pero en este punto es difícil escurrirse del malhadado y plumbeo Hegel. Yo intentaba soslayar su totalitarismo estatalista y nazistoide sencillamente argumentando que, exista o no, ese espíritu del pueblo ha sido artificialmente creado por los nacionalistas Vascos, Catalanes y Gallegos. Que sus mitos son falsos. Su Pueblo es falso. Y su "espíritu " no digamos. Es el alma de un fantasma.
Ahora bien, eso en el caso de que aceptemos el concepto de Pueblo hegeliano. A mí, y bien que lo siento, no se me ocurre otro para explicar el origen de la Nación, frente a las demás naciones, y porqué unas naciones pueden aspirar a ser un sólo estado - los primitivos estados de Norteamérica, España y Portugal, los de la Unión Europea- y la reunión de otros es impensable: nosotros con los moros, por ejemplo.

En cualquier caso, os agradecería cualquier solución que permitiese escapar de Hegel, pues para un liberal recalcitrante, como pretendo ser, es deshonroso e irritante tener que recurrir a las mismas fuentes que los enemigos de la libertad, Marx o Rosemberg.

fermat dijo...

El poder constituyente es un atributo de la nación, y haces bien, qrm, en recordar mi posición con respecto a Rousseau, la teoría del contrato o del pacto social, efectivamente es falaz y mistificadora, es un relato, mala teoría política. No obstante, como atributo de la nación, el poder constituyente se ejerce cada vez que se revoca una constitución, cada vez que se aprueba una nueva, y como caso extremo, cuando una nación política decide su disolución. En la práctica generalmente se va de la ley a la ley, no existe ningún pacto previo.

La configuración de una comunidad con un referente histórico-cultural común en nación política es un acontecimiento que depende en gran medida de circunstancias históricas y políticas, y sobre todo de la voluntad de la mayoría de sus miembros de defender ciertos derechos y libertades que en un momento dado se ven cercenados. No es necesario referirlo a ningún pacto, ni mucho menos como hacen los nacionalistas, a ninguna necesidad histórica, ni exigencia como “pueblo”. Pensemos en dos casos concretos. Fue el atropello de las libertades de los colonos americanos lo que les llevó en primer lugar a rebelarse, y después a considerar que la única forma de adquirir esas libertades era constituirse como nación política. Otro caso, el movimiento sionista no era mayoritario dentro de la comunidad judía durante el siglo XIX y parte del XX, fue el antisemitismo endémico europeo y sobre todo el asesinato de seis millones de europeos judíos durante la IIGM, lo que hizo que la mayoría de ellos considerasen la necesidad de constituirse en nación política para defender sus libertades.

Lamento ser algo pesado, saludos.

WSC dijo...

Espléndidas reflexiones sobre un concepto tan "discutido y discutible" (ZP dixit) como es la Nación. El mensaje de entrada, digno de figurar en toda cabeza bien amueblada. A ver si algunos se dejan de jugar con las palabras, como si no significaran nada.

Saludos

QRM dijo...

Estado o Nación
Juan Carlos Girauta

Con todo, que nadie sueñe con liquidar la garantía última de nuestra libertad, la nación de ciudadanos que se afirmó en Cádiz. Nación que no es de derechas ni de izquierdas. Apenas si se ha enseñado por las calles. El mayor error del nacionalismo es considerar a España sólo Estado, ente que arrastraría su inercia de poder y burocracia sin apreciar las líneas de puntos que, en el suelo, separan a benditas naciones sojuzgadas. Poseedoras de esencias inefables, dueñas de un ser sobrenatural, naciones ocultas por un Estado insensible habrían atravesado túneles de siglos, tras un remoto pasado de esplendor, para acabar despertando y cumpliendo un designio que escapa a los individuos y atañe a los pueblos. Que se ahoga en la realidad y en la razón, que respira en la emoción y en la ficción.

Hay diversas maneras de acabar con un Estado. Si España sólo fuera eso, habría desaparecido hace dos siglos, cuando el francés, cuando la emancipación americana, cuando los dos borbones felones y abdicantes. O se habría disipado con las guerras carlistas, derretido como cera con la esperpéntica Primera República, fundido con la calamidad regeneracionista, el Gran Desastre, Annual, los furores anarquistas. Habría estallado en mil pedazos con el orate Arana, con Prat de la Riba, con los traidores Romanones y Aznar (el Almirante). La Guerra Civil se la habría llevado. Habría sido descuartizada por la ONU al fin de la Segunda Guerra Mundial. La habrían reventado la ETA, el FRAP, el GRAPO, Terra Lliure y el GAL.

Si la nación ha aguantado es justamente por ser tal. Puede el señor Rodríguez con su tropa seguir jugando al aprendiz de brujo. Puede hacer mucho daño; tiempo habrá de reprochárselo cuando lleguen elecciones. Pero no logrará el insensato lo que no consiguió una ristra de listos, de Napoleón a Pujol.

Con De Juana, Chaos. Con Rodríguez, más chaos aún. Las esquirlas del 11-M quizá se hayan clavado en el Estado fatalmente. Constatamos los síntomas a diario, y a los cuatro poderes se les ven los palos del sombrajo. Con todo, que nadie sueñe con liquidar la garantía última de nuestra libertad, la nación de ciudadanos que se afirmó en Cádiz. Nación que no es de derechas ni de izquierdas. Apenas si se ha enseñado por las calles. Grita de lustro en década. La última vez que se removió fue para llorar a su hijo Miguel Ángel Blanco. Vamos, no jueguen con ella.