miércoles, noviembre 29, 2006

El mal, la política

¿Quién fue Fouché? ¿El anodino diputado girondino que se pasó a las filas jacobinas, votando a favor de la ejecución de Luis XVI; el revolucionario exaltado; el Mitrailleur de Lyon; el hombre de Barrás que acabó con Robespierre; el poderoso ministro de policía de Napoleón; el duque de Otranto; el monárquico? ¿Quién? Todos, ninguno, el mal, un pobre diablo. Del seminario a la nobleza, pasando por el furor revolucionario. ¿Qué sustancia se esconde tras esas transformaciones contradictorias? Es difícil contestar, quizá nada, la sombra desvaída de alguien vulgar, o el frío cálculo de Un hombre político (Zweig). No son contradictorias ambas posibilidades.

Decreto de la Convención Nacional a propuesta del Comité de Salvación Pública. Punto 4º: “La ciudad de Lyon será destruida, se aniquilará toda parte habitada, sólo podrán quedar en pie las casas de los pobres…” Lyon había osado oponerse al poder del Pueblo, era una cuidad contrarrevolucionaria, debía pues dejar de existir. ¿A quién se le encomendó la sagrada tarea? A Fouché, el radical. Y bien que la ejecutó, no le bastó la guillotina, utilizó métodos más expeditivos para acabar con los enemigos del Pueblo. Más de mil seiscientas ejecuciones en unas pocas semanas le valieron el apelativo con el que, muy a su pesar, será conocido toda su vida: el Mitrailleur de Lyon.

Pero el viento parece cambiar, Fouché como buen depredador lo intuye, Robespierre, su amigo de antaño, le tiene en el punto de mira, será la próxima víctima del Incorruptible, la Revolución lo exige. Fouché maniobra, conspira, soborna; consigue alzarse con la presidencia del Club Jacobino, se enfrenta a Robespierre en un duelo a muerte, cambia de bando, no es la primera vez, y junto con Barrás derrocan al Comité de Salvación Pública –guillotinando de manera inmediata a todos sus miembros, por si acaso-, Fouché salva el pellejo –no me culpen, qué otra cosa podría haber hecho. Responder de tus crímenes, por ejemplo. Su conmilitón Barrás lo salva de la pobreza –y del olvido-, nombrándolo ministro de la policía del Directorio, un cargo mediocre, pero Fouché sabe hacer de la necesidad virtud, aprovecha la oportunidad: al poco tiempo es el hombre más temido del gobierno, el hombre que todo lo sabe, y conocimiento es poder. Es el único miembro del gobierno en conocer de antemano la conjura del general corso para hacerse con el poder un 18 de Brumario, no hace nada, espera, sabe que el Directorio agoniza y no piensa correr la misma suerte. En un alarde de cinismo, invita a una fiesta en su casa a todo el mundo, conjurados y Directorio, los que se harán con el poder y los que lo perderán pocos días después, nadie dice nada, Fouché se divierte. Napoleón lo confirma en su cargo, más vale tenerlo cerca –y hace bien el trabajo sucio, es lo suyo. A partir de ahí la gloria; Conde del Imperio, duque de Otranto –duque, que ironía, Fouché el Mitrailleur, el revolucionario-, su pugna con Talleyrand. Pero el emperador acaba por cansarse de él, de sus maquinaciones, de su fría y adusta expresión, ¿quizá no quiere tenerlo cerca si llega el fin? Es hora de un dorado, y aparente, retiro. El Imperio se desmorona, Napoleón es desterrado, Napoleón vuelve, los Cien Días. En el enrarecido ambiente del París de los Cien Días, con traiciones en cada esquina, ¿en quien puede confiar Napoleón para mantener el orden? Claro, en quien si no, Fouché. Le odia, le teme, y sin embargo, le necesita. No son los viejos días del Imperio, Napoleón está solo, y Fouché está a un paso del poder absoluto, hace lo que mejor sabe hacer, conspira, traiciona, y da la última puñalada –por supuesto por la espalda-, al derrotado de Waterloo. Es su momento, el oscuro profesor de seminario es el hombre más importante de Francia, el hombre que traerá de nuevo la monarquía a Francia. No. Estuvo a punto, pero no, ¿cómo va a ser ministro del rey quien votó de forma tan entusiasta –tan entusiasta que dejó cortos a los jacobinos más radicales-, por la muerte del difunto hermano de Luis XVIII? Es demasiado, Fouché es vetado, apartado y desterrado; final. Y final definitivo, al poco muere, en el olvido, la historia le pasa por encima –con más de veinte años de retraso.

Fouché, el mal, la política. Palabras encadenadas, es un juego, y fácil.

Puede resultar curioso rastrear émulos de Fouché en la política actual. No, no es curioso, es deprimente. Cintura política, Fouché tuvo mucho de eso, y aquí hay políticos que alardean de ello, sobre todo en sus negociaciones, con asesinos. Pero no estoy comparando a Fouché con Zapatero, no, el Mitrailleur sabía siempre dónde se metía, Zapatero ni si quiera lo sabe, sólo cree saberlo.

Zapatero, la banalidad, el mal, la política. Palabras encadenadas, fácil.

Valencia, miércoles veintinueve de Noviembre. Se acabó el buen tiempo, frío –relativo, claro. Fugacísimo otoño, emparedado entre el lago verano y el invierno, como siempre.

P.D. Pepiño Blanco: ese titiritero de la cultura. Nuevo realizador de cine, subvencionado y con pegatina de No a la Guerra, por supuesto.

1 comentario:

QRM dijo...

A mí me recuerda a Rubalcaba y a Juan Carlos de Borbón: la traición y la componenda como virtud, y la ambición como guía.