viernes, noviembre 17, 2006

Metropolitano

Julio Cortázar, tan buen escritor como equivocadas fueron sus opiniones políticas, tiene un relato que nunca me lo he podido quitar de la cabeza. En él nos cuenta un extraño fenómeno ocurrido en el metropolitano de Buenos Aires, el Sub. El protagonista, tras un cuidadoso estudio estadístico se da cuenta de algo excepcional: cada día, como si de un goteo se tratara, bajan al metro más personas de las que suben, a un ritmo de dos o tres por día. La conclusión no puede ser más desconcertante: existe en los túneles del metro una población de residentes que poco a poco va en aumento. ¿Quiénes son? ¿Qué pretenden? Pasan el día en los vagones, yendo y viniendo por las estaciones, se cruzan miradas de complicidad. Apenas son distinguibles del público ordinario del metro, salvo por una tenue palidez en sus rostros, producto de su prolongada estancia en las profundidades. Las investigaciones se van haciendo cada vez más inquietantes, puede que hayan logrado hacerse con el control de un tren completo. El protagonista recibe una advertencia, no sigas investigando. Cortázar no deja con la incógnita flotando, terminado el relato no logramos saber quiénes son.

Confieso que me he sorprendido a mi mismo observando los rostros de los pasajeros del metro en alguna ocasión, escudriñando posibles conjurados. La fuerza del relato de Cortázar reside en una pregunta que nadie es capaz de responder, ¿por qué? ¿Por qué, de repente personas que llevan una vida completamente normal toman esa decisión? ¿Qué les impulsa a dejarlo todo y sepultarse bajo los túneles del metro? Los conjurados, ¿quienes son, contra quién se juramentan, si es que se juramentan contra algo?

¿Son actuales estas preguntas? Me temo que sí.

La realidad, quizá sea mucho más prosaica. Rostros macilentos, cansados, con el sueño todavía pegado en ellos. MP3 chirriando a pesar del ruido de ambiente, tremendos titulares vacíos de periódicos gratuitos leídos con desgana, caras perfectamente maquilladas que se ajarán a lo largo del día, lecturas olvidadas, paquetes, carpetas…, y miradas, miradas que se pierden en el vacío, que buscan, que reflexionan, que anhelan, que piden perdón, que se ufanan, y quizá alguna mirada cómplice que rápidamente se olvida en la próxima estación.

Es difícil encontrar a los conjurados, pero existen. Estoy convencido.

Fin de semana, me largo a la playa.

Valencia, viernes diecisiete de Noviembre. Volvió en buen tiempo. Un viento que a veces sorprende hiriente en las esquinas, barrió de forma súbita los negros nubarrones.

P.D. El rey francés decapitado brinda su apoyo a un apurado presidente de las Civilizaciones. Juntos pretenden arreglar el mundo, nadie les cree. En una esquina, oculto, espera paciente quien ha de enterrar el cuerpo de su señor; arreglando sus problemas conyugales.

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