domingo, diciembre 10, 2006

Géneros y un polaco raro

Leer no es vivir, y sin embargo es lo más aproximado a la vida, mucho más que la rutina cotidiana a la que falsamente le atribuimos ese nombre. Salvo breves estadillos de vida, que se concentran en la contemplación de un plácida noche de verano sobre el mar, (en la Costa de la Muerte o en el Mediterráneo), en la mirada de un ser querido o en la breve pero intensa detención del tiempo que proporciona la satisfacción de los placeres; la vida suele huir despavorida de nuestra pálida monotonía diaria. Con la literatura me pasa igual que con el cine, la necesito, igual que necesitamos un sucedáneo para no abandonar definitivamente todo aquello que anhelamos.

De la literatura más o menos “seria” o “convencional” habrá ocasiones para hablar, pero he confesar una cosa: soy un lector empedernido de aquello que equivocadamente se cataloga, de forma despectiva, como géneros literarios. Se suele considerar un género literario –hablando en este sentido-, como aquella parte de la literatura que bordea al corazón de la “literatura”: una literatura marginal, generalmente de poco valor, ligera y sin pretensiones. Es una definición falsa, hecha a la defensiva, y generalmente por parte de aquellos que poco tienen que decir en cuanto a capacidad creativa. Estando ya más cerca de los cuarenta que de los treinta, se me ha pasado ya cualquier prurito intelectualista y esnob, leo lo que me da la gana, leo porque me divierte y ya no soporto la mala literatura tenga ésta nombre o no; el tiempo es escaso. En mi juventud, cuando uno era juzgado más por lo que pretendía ser que por lo que era, confieso que compensaba mis incursiones en los géneros – o incluso en los subgéneros- literarios con actos de contrición que consistían en tragarme verdaderos actos librescos totalmente infumables escritos por autores de prestigio. Hoy ya no lo hago, evidentemente, y disfruto mucho más. Me niego a hacer divisiones entre literatura “seria” y géneros diversos, la única división que me interesa es entre aquello que me gusta y lo que me aburre, y a ello me atengo. La buena literatura aparece, sea en una novela de un autor “convencional” o en una novela de “género”, de la misma forma también la mala.

Confieso que en cuanto a los “géneros” literarios, le hago ascos a pocas cosas. Me entusiasma la novela negra. Desde la novela-ajedrez, a la novela negra “dura”; de los clásicos –Chandler, Hammet, Highsmith-, a los modernos – Ellroy, Mankell, Gur, ect. Tiempo habrá de escribir sobre ellos, y en particular de un tipo tranquilo que trabaja en Quai des Orfèvres y al que le gusta la buena mesa, fumar en pipa y resolver los casos metiéndose en la piel del culpable. Otros géneros que me gustan son algo menos mayoritarios, incluyendo la literatura libertina –y alguno de ellos he de reconocer que verdaderamente inconfesable-, pero hay un género al que se suele calificar erróneamente de “subliteratura” y en el que se puede -como en un baúl antiguo-, encontrar de todo, desde simple papel impreso a verdaderas joyas. Me refiero a la Ciencia-Ficción. De todos los autores de Ciencia-Ficción hay uno que me interesa particularmente, un polaco algo extraño que murió este mismo año y que es el autor de algunas de las joyas que podemos encontrar en este miniuniverso: si, Stanislaw Lem.

Siempre se ha dicho que se es un buen escritor de género – buen escritor sin más, diría yo-, cuando se usan los mecanismos que ofrece el género como medio para contar historias interesantes y no como un fin en sí mismo. Sin duda este es el caso de Lem. Desde sus novelas más reflexivas a sus corrosivas ironías tipo Swift, Lem no decepciona. Hombre de una erudición asombrosa, empleó los recursos de la Ciencia-Ficción como medio de sortear la mordaza que suponía el régimen comunista polaco. La imposibilidad de comunicación frente a lo desconocido, la soledad que a menudo afecta al hombre, la finitud de la Ciencia como conocimiento y sus límites como medio para resolver conflictos, son temas recurrentes en la obra de Lem. Temas tratados con profundidad y con el rigor que requieren. En fin, mañana puede ser un buen día para hablar de Lem y de su mejor obra quizá, Solaris. Tema que puede interesar más o menos, pero sobre el cual, en cualquier caso, me apetece escribir.

Valencia, domingo diez de Diciembre. Regreso de una especie de puente o algo así. Agradable, a pesar del tiempo desapacible y con un viento penetrante que acuchillaba la cara. Arroz a banda a la orilla de la playa en la celebración del cumpleaños de un amigo –cómo pasan los años-, sin palabras. (Nota: Sé, porque he estado allí, que el clima en la Costa de la Muerte es cambiante, caprichoso y a veces dantesco, en cambio aquí resulta de una monotonía que me desespera a veces para poder decir algo original en estas breves líneas).

P.D. Blanco desautoriza: “Hay mucha gente que no sabe de lo que habla y los que sabemos no hablamos”. ¿Y tú, zurupeto, qué sabes? ¿Quién te lo cuenta?

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