martes, diciembre 19, 2006

Un monstruo: Funes

“¡Qué fuerza en la memoria! Es algo, no sé qué, digno de inspirar un terror sagrado, Dios mío, por su profundidad y su infinita multiplicidad. […]

[…] Ved como en mi memoria hay campos, antros, cavernas innumerables, pobladas hasta el infinito con innumerables cosas de todas clases que allí viven…”

(San Agustín. Las Confesiones)

San Agustín se asombra y maravilla ante esa fuerza misteriosa que no logra asir del todo y que llamamos memoria. Se maravilla, pero también la teme: “digno de inspirar un terror sagrado”, y San Agustín no se equivoca. Perspicaz y agudo como pocos, expresa el sentimiento que induce la facultad de la memoria, una mezcla de admiración y temor. Nos admiramos del alcance de la memoria, nada se pierde, todo se almacena, y cuando algo creíamos perdido en el olvido, surge, a veces de improviso. Nos damos cuenta en ese momento de que lo habíamos olvidado, y por ello mismo –al recordarlo-, nos hacemos conscientes de que nunca perdimos ese recuerdo. Los recuerdos siempre están ahí, al acecho, prestos a saltar como depredadores a la caza de nuestras inermes emociones. Por ello mismo tememos a la memoria, tememos su “profundidad y su infinita multiplicidad”, tememos la terrorífica posibilidad de quedar atrapados, como en un pozo, en esas “cavernas innumerables pobladas hasta el infinito”, cavernas que pueden llegar a convertirse en escenarios propios de Piranesi, cárceles de las que es imposible salir, arquitectura imposible, espacios de pesadilla.

Necesitamos a la memoria, sin ella el conocimiento no sería posible. Pero sobrevivimos gracias al olvido. Esas “lagunas de la memoria”, siguiendo a San Agustín, hacen posible la existencia. Memoria y olvido son las caras de una misma moneda. Nada seríamos sin la memoria, un presente vacío de todo contenido, perpetua caída en una nada que desconocemos, un atroz pánico carente de objeto; pero la memoria desbocada, sin el freno del olvido, sin esas lagunas que la dotan de estructura, es algo monstruoso que no pude provocar si no terror.

Nadie ha sabido tratar este tema tan bien como Borges en uno de sus más famosos relatos: Funes el memorioso. Es muy conocido y recomiendo su lectura a quien no lo conozca. Ireneo Funes, un tipo extraño y taciturno, sufre un accidente que a punto está de costarle la vida. Es el punto de inflexión de una transformación que se opera en Funes; es incapaz desde ese instante de olvidar nada, absolutamente nada. La memoria de Funes es prodigiosa, absoluta, vivía en un perpetuo presente, vasto e infinito, preñado de innumerables detalles que estaba condenado a no olvidar. La vida de Funes, si es que a eso se le puede llamar vida, discurría en esas cavernas pobladas hasta el infinito: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había si no detalles, casi inmediatos”, cuenta Borges. Tras la lectura que del retrato de Funes nos hace Borges, aquel se nos presenta como alguien monstruoso, capaz de inspirar verdadero terror, porque Funes no es si no la imagen de la eternidad, la imagen de la muerte misma.

San Agustín se propone sobrepasar la misma memoria para alcanzar a Dios. A mí, que no creo en Dios, únicamente me queda la memoria. Incapaz de alcanzar el paraíso de los justos, corro el peligro de precipitarme en un infierno hecho de recuerdos, cavernas que recorreré el resto de mi vida, pero todavía consigo olvidar, Funes aún no me ha atrapado, pero ¿quién sabe? En cualquier caso, como diría el replicante Roy, son recuerdos “que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.

Valencia, diecinueve de Diciembre. Tardío, y por ello mismo violento, el frío invernal que por fin se abate sobre una cálida cuidad del Mediterráneo (o sea invierno, sin más)

P.D. El hombre de los maletines, reclutador de oscuros confidentes, puede que se siente por fin en el banquillo. Alguien, vigilante, quizá empezará a desteñir de COLOR.

1 comentario:

QRM dijo...

Maravillosa entrada.

La memoria es la vida misma. Sin memoria, morimos. El Alzheimer consiste en eso. en respirar estando muerto. No somos más que la memoria.
Ahora bien, es cierto que el exceso puede enloquecer. Yo creo que todos los que no somos Funes tenemos un saludable mecanismo de memoria selectiva, que sólo atiende a los datos relevantes y sobre todo a los agradables, que conservamos en el disco duro.
Desde luego, me parece clarividente y poético el relato de Borges. El exceso de memoria puede ser una maldición, de hecho, la misma que el Alzheimer. Es la misma maldición, desde el otro lado. El reverso de la nada. La maldición del todo. Un exceso como la materia en los agujeros negros.

Saludos cordiales.